En un futuro muy cercano al reencuentro
entre humanos y bestias, la pasión atormenta los espiritus de los
cuidadanos madrileños, haciéndoles buscar nuevas formas del amor.
Sophie, estudiante del alma máter capitalino, es una de ellos.
Sophie dejó de buscar en el bolso colgado del hombro cada vez que
necesitaba un pañuelo para secarse las lágrimas y estaba cruzando el
bulevar tapizado de caminantes sin camino, apretujándolo, húmedo, en el
puño. Sentía que nada la podía consolar ya, que todo el mundo estaba en
su contra, que de su vida, de todas sus esperanzas, solo quedaron
pedazos, piezas de puzzle sin encajar. Los desconocidos la empujaban en
sus prisas, pero a ella ya le daba igual. Intentaba mantenerse firme, no
sucumbir ni un solo milímetro a su favor… ¡no ceder frente a ellos!
¡Nunca, nada!

Ella le había sido sincera, pero Dylan se mostró un
ser ruin. Sentía que no podía más, pero lo quería. Lo quiso, mejor
dicho. Después de todo lo que hizo por él, después de todo el apoyo
que le dio con todas sus fuerzas, ¡cuánta infamia por su parte! De
todas sus ilusiones no quedó nada, ¿los planes de futuro con él? A la
mierda. “¡Golfo! ¡Bas-tar-do!” le daba por gritar con toda su fuerza,
ahí donde estaba, en medio de la multitud; golpear con los puños a todos
los paseantes, cogerlos del cuello y preguntarles el porqué le tenían
que suceder todas estas cosas a ella. Ya no le importaba que todos la
vieran llorar, mas todos la miraban con indiferencia. El pañuelo que
apretaba estaba cada vez más húmedo, empapado, sus ojos estaban cada vez
más turbios, los latidos de su empedrado corazón no conseguían
ablandarse y al llegar a los jardines del Retiro se sentó al borde de la
fuente, bajo la ala del Ángel para descansar plácidamente. Su paciencia
llegó al límite y empezó a gritar a cántaros su desengaño. Los hombros
le saltaban aún por los suspiros, mientras sus delicados dedos amasaban
el moquero. Sentía un ligero temblor en las piernas a la vez que
intentaba librarse del peso que apesadumbraba su tenue cuerpo. Sus
labios murmuraban palabras mutiladas y sin sentido, hasta cuando, al
final, las lágrimas, dejadas vagamente caer, le habían limpiado su
blanco rostro, además de la tensión que tenía que soportar, aquel dolor
agudo la mataba por dentro. El borde de la fuente estaba muy cómodo, y
su ser, en el extremo de aquel parque, rodeado ahora de paseantes
chiflados, paulatinamente se había tranquilizado.
Era otoño, el tercer otoño a su lado. Y el último. Blanche la advirtió,
pero ella no quiso escuchar. Su buena amiga y compañera en todos los
males, Blanche, intentaba abrirle los ojos, pero esta la ignoraba,
diciendo que todo lo que le dice son alucinaciones. Pensaba que era
celosa de su felicidad. Oh, bella felicidad. ¡Condenada seas! El llorar
le sentó bien, la calmó, la tranquilizó. La devolvió a su equilibrio
natural. Firmeza. Al final se levantó del borde de la fuente y se fue
hacia la estación del tren diferido. En 40 minutos estaría en la esquina
de su callejón. Quizá había escaneado la tarjeta por instinto, porque
momentos después se dio cuenta de que estaba en el vagón central, al
lado de un señor arrugado por el paso del tiempo y el desgaste de su
experiencia, alejándose a una velocidad embriagadora. Los meneos, los
frenazos bruscos y las conversaciones insistentes e invectivas de aquel
desconocido parecía que le estaban mejorando el estado de ánimo. Le
ayudaban superar los lamentos, la devolvían al sano juicio que, muchos
decían, que la caracterizaba. ¡Su parada! Bajó, pero sin prisa.
Iba tranquila, haciendo pequeñas paradas para ver la gran
pantalla de la estación, mirando atentamente, desde cerca, como las
coloridas células cambiaban su intensidad lumínica en función de las
imágenes que se formaban. Hizo instintivamente diez, quizá
quince pasos hacia atrás, sin mover sus ojos de la pantalla mientras
leía: “¿Cree usted en el alma gemela? ¿Cree usted que la puede
encontrar? ¿Ha vivido en otro tiempo o en otro lugar de la tierra?
¡Nosotros le llevamos al encuentro con su destino!” Sí, lo había
pensado. Ciertamente, no la había conocido todavía. “Estaba en el otro
extremo de aquel tren, o quizá en el otro extremo del universo…” - se
decía a sí misma; una leve sonrisa le apareció en el blanco rostro.
Dobló la manga de su extravagante blusa color púrpura, sacando el reloj.
Escaneó discretamente y de manera inadvertida el código de la esquina
inferior de aquella pantalla y se fue hacia el piso donde vivía,
impaciente a tirarse bajo el agua caliente de la ducha.
Al salir de la ducha estaba como nueva. Hasta sus pensamientos
estaban como vírgenes. Frescos. ¡Sabía lo que quería! Tenía muchísimo
dinero, cierto que, ahorrado con mucho esfuerzo a lo largo
de los últimos años, guardados para unas vacaciones especiales que se
habían prometido ella y Dylan. Al darse cuenta de que tenían todo ese
dinero, ella y Dylan renunciaron al crucero por el lado oscuro de la
Luna y planearon hacer el de la órbita de Venus. íMenos mal que no lo
había pagado!
“Al diablo con todo este dinero, ¡adiós Dylan!” - Proyectó el
código copiado en la estación sobre el sensor lateral de la pantalla
modular. Esta se encendió y del proyector de la pared paralela a la gran
ventana que muestra una vista amplia de la calle se surgió la figura de un joven alto y rubio que saludó a Sophie con una voz artificial:
- Buen día y gracias por su llamada. ¡Acaba usted de dar el primer paso hacia el Paraíso! Su alma gemela espera a que lo encuentre.
- Quiero saber cuáles son los servicios que ofrecéis. - Sophie sabía que estaba hablando con un robot, así que no se molestaba en ser amable.
- Le ayudaremos a encontrar a su pareja ideal, ¡sí, es
posible! Desde hace más de 500 años nuestra empresa ha llevado al
encuentro con la suerte a más de 5 millones de personas. ¿Su alma gemela
vive en la otra parte del Mundo? ¡Le llevaremos hasta ahí! ¿Ha vivido
en el pasado? ¡Le está esperando! Y si vive en el futuro, le ayudaremos a
encontrarlo. Uno de nuestros operadores está listo para darle los
detalles de la sede de la empresa correspondiente al código escaneado.
Con un gesto de la mano en el aire, Sophie apagó la pantalla y se fue a arreglar,
se puso un chándal deportivo y salió a la calle, bastante relajada. En
la parada del autobús proyectó el código del reloj en el sensor del
control de tráfico y le apareció instantáneamente la ruta que había que seguir.
Al cabo de 33 minutos estaba delante de un edificio grande, en cuya
fachada brillaba en letras doradas “DESTINO”. Sophie estaba andando de
forma mecánica; su movimiento era seguro y firme; pero no

poco fue su asombro cuando, tras llegar a la 163ª planta, encontró al
joven alto y rubio que le había hablado antes a través de la pantalla.
-Vinó usted muy rápido, ergo
se ha decidido ya. Por favor, pase a mi oficina. - El joven la condujo
por el largo pasillo hasta una puerta tapizada, con un toque victoriano;
le abrió la puerta, como un verdadero caballero haría y, gentil, la
invitó a pasar.
- Gracias, señor, es usted muy amable.
- Excúseme por mi rudeza, mi nombre es Gerard. Por favor, tome
asiento. Le aseguro que quedará más que satisfecha con los servicios que
le podemos ofrecer; es evidente que usted es un ser muy sensible.
El discurso retórico no la molestó, es más, no prestó siquiera mucha atención al estilo comercial al presentar los “servicios” de la compañía, ya que estaba ligeramente indiferente:
- Le rogaría que me dijera todo lo que debería saber sobre sus servicios.
- La felicito por su elección. Sí que parece
increíble, pero es cierto, la podemos ayudar. Bien, decirle que existen
varias posibilidades, tan solo mire la pantalla. - en la pared lateral
al joven se encendió una pantalla que empezó a mostrar imágenes, como si
fuesen dirigidas para un filme artístico, mientras el joven continuó -
para empezar, debe elegir entre varios escenarios en los que se
examinará virtualmente con humanos o humanoides de nuestra base de
datos. Un paseo por el bulevar o por el parque, un crucero, una
mascarada o una discoteca, el set de grabación de una película del
difunto Woody Allen y muchos otros entornos que puede seleccionar en el
formulario de iniciación que tiene delante. Entrará en una sala de
simulación donde se proyectarán hologramas. Estando allí le
facilitaremos el encuentro con una multitud de seres compatibles con
usted a los que hemos estudiado, con su consentimiento ciertamente,
hasta los más pequeños detalles. Todos aquellos seres, buscan a su vez, a
su alma gemela. No le queda más que entrar, examinar, descubrir y
conocer a su alma gemela. Y ahora viene lo interesante: después de
haberlo encontrado virtualmente, habrá un segundo encuentro físico.
- ¿A qué se refiere con encuentro físico?
- Entiendo su pregunta. Después de la simulación virtual que
realizaremos y su encuentro con él, lo podremos identificar en cualquier
lugar y tiempo.
- No entiendo. - Sophie tenía sus dudas, pero con cada palabra del joven, prestaba más interés.
- Si vive en el presente, será más fácil de
localizar, esté donde esté. El segundo caso, si él vivió en el pasado.
Existe un número inmenso de personas, desde hace 500 años, incluso más,
desde que empezamos este programa, personas que buscando su pareja sin
encontrarla, decidieron seguir la búsqueda en el futuro. Estas personas
se encuentran en un proceso de criogenización, personas conectadas a
nuestros ordenadores, conscientes y que están en nuestro programa de
simulación. Si lo reconoce y encuentra, le podemos traer a la vida y le
podemos ofrecer seis horas en su compañía. Seis horas - añadió el joven -
reales, cara a cara, esta vez físicamente. Es decir, usted conocerá a
su alma gemela aunque haya vivido en otro siglo. Después de dichas seis
horas, tenemos la obligación de llevarlo a nuestras clínicas y usted no
lo volverá a ver jamás.
El joven se detuvo por unos instantes, mirando el espectacular asombro reflejado en la cara de su interlocutora, luego continuó:
- Puede que él ya le esté esperando, nosotros les ofrecemos ese encuentro a pesar de los límites espaciotemporales.
Sophie se quedó boquiabierta, completamente sorprendida y confundida
por lo que estaba oyendo. No podía decir nada. Miraba fascinada las
imágenes de la pantalla hasta encontrar el valor de preguntar:
- Y si… ¿y si no lo encuentro? Si… este… ¿y si él viviera en el futuro?
Igual de relajado que antes, Gerard le explicó:
- En este caso, puede entrar usted misma en el proceso de criogenización con la esperanza de que él la busque
en un futuro próximo. Y si la busca, la encontrará, ¿no? En este caso
usted deberá pagar un pequeño suplemento. Cuando la encuentre, alguna
vez en el futuro, la devolveremos a la vida durante seis horas,
físicamente, junto a él. Pero en este caso, antes de optar por la
tercera opción, tendremos que discutir otros detalles muy importantes.
Pero esto, repito, solo si no lo encontrase durante la simulación y
optará por esperarlo… en el futuro…
- ¿Y por qué solo seis horas? - le interrumpió ella.
- No olvidemos: lo más justo sería que viviera en nuestros tiempos, es lo que le deseo. Les reuniremos
con mucho gusto y tendrán juntos una vida feliz, a cambio de un pequeño
porcentaje de sus ingresos. Sin embargo, si vivió en el pasado y lo
encuentra virtualmente, lo devolveremos a la vida y tendrán seis horas
para estar juntos; no van a derrochar el tiempo en conocerse, porque
tanto a usted como al… encontrado en el tiempo… les vamos a inducir de
forma neuropsíquica todo lo que deben saber el uno sobre el otro.
Tendrán la impresión de que se conocen de toda la vida, hasta los más
pequeños detalles. Esas seis horas, sin duda, serán una experiencia que
no olvidarán jamás. Es todo lo que puede ofrecernos la medicina de hoy
en día, seis horas. Es su decisión y no hace falta tomarla en este mismo
momento. Esperamos su regreso cuando se haya decidido.
A Sophie le hicieron falta unos cuantos minutos para
recuperar el habla. En su mente se desplegaban con una velocidad
increíble escenarios y escenarios, cientos, quizá miles de escenarios.
Las imágenes eran borrosas, en movimiento, corriendo, como las de una
cámara fotográfica desenfocada. Necesitaba pensárselo.
Justo después de siete días, Sophie estaba en la sala de simulación
holográfica, lista para una experiencia que le había costado sus ahorros
de dos años. Habían sido los ahorros para su crucero venusiano, eso
significaba una enorme cantidad de dinero, pero se permitió elegir uno
de los escenarios más selectos: un paseo por las tierras de un magnífico
castillo cercano a un cristalino lago, hermanado a un bosque de pinos
altos y majestuosos.
Los caballos que pidió golpeaban con los cascos
el pavimento del patio del castillo, y el grupo de Sophie iba, siguiendo
la línea del lago, hacia el pinar. Las sensaciones y las imágenes
ampliadas de unos cuantos minúsculos electrodos, ubicados sobre sus
huesos temporales, parecían tan reales que Sophie se acomodó rápidamente
al hilo de lo que estaba transcurriendo. El mayordomo que la había
ayudado a colocar su equipaje era muy amable y le dispensó toda la
atención merecida por una condesa. El líder del grupo de jinetes, era
uno de los mejores jugadores de Polo del lugar y tenía un traje tan
digno que parecía sacado de los áticos de la escritura de Homero, yendo
hacia el asalto de los muros troyanos. Al salir del camino de piedra, se
cruzaron con un grupo de cazadores que presumían de haber abatido los
mejores jabalíes de todo el dominio del castillo. Algunas de las damas
que acompañaban a Sophie cedieron a las insistencias de estos, dejando
de lado los paseos a caballo para volver a la preparación del banquete
en su honor.

Sophie se quedó firme en su montura, lista para explorar los misterios del bosque. De los densos arbustos, al sonido
del trote de los caballos, saltaron faisanes de colores, vagando por
todas partes, mientras el bosque reproducía sus sonidos, sonoro eco de
armoniosas voces. El sol del mediodía empezaba a bajar de lo alto del
cielo y tiraba, como flechas, sombras cada vez más largas. Se hizo una
parada en el primer claro del bosque para que los caballos pudiesen
saciar su sed y donde otro grupo se preparaba para la vuelta, no antes
de precisar las mejores rutas a seguir, en función de la dificultad
deseada. Los grupos se dividieron, pero Sophie se quedó con su grupo
inicial, al cual se añadieron unos cuantos miembros más, caballeros y
damas que deseaban reanudar su paseo. De estos, el interés de Sophie se
dirigió hacia una joven criatura, no era humano, pero sí llevaba su
ropa: una chaqueta de piel de pantera, pantalones corrientes de montar y
botas negras por debajo de la rodilla. Tenía rasgos físicos comunes a
los humanos, pero también orejas puntiagudas y cuernos en la cabeza, sus
miembros eran peludos y sus ojos como dos olivas negrecidas por el sol.
Este agachó ligeramente la cabeza para saludarla y le sonrió con
amabilidad. Se acercaba para colocarle el chaleco de protección para no
dañarse la espalda. Al verlo, la inundó una ola de calor, y su corazón
comenzó a saltar como si fuese un momento de máximo peligro, cuando la
adrenalina altera todos tus sentidos, sin embargo, ella se lo esperaba.
Se presentó como Sileno, sátiro y semidios, hijo
de Pan y Gea, hijo al que habían castigado a vivir en tierras humanas,
arrastrando la desilusión de no encontrar el amor, un ánima sola que
buscaba su paz interior en el cariño de los humanos, en un alma gemela.
Y bastó una simple mirada para volverse
inseparables hasta regresar al castillo. Compartieron impresiones sobre
el paseo, sobre la belleza de las tierras del castillo, sobre el baile
del sol entre las hojas de los árboles, sobre su pasión común por la
equitación. Al volver a entrar por el portón ruidoso del castillo, ya no
eran dos extraños, sino dos almas que vibraban al unísono en una
envidiable melodía de amor, aparentemente imposible.
Al ayudarla a bajar del caballo, Sophie encontró en sus brazos
el abrazo de un universo entero. Cada célula de su cuerpo le decía que
estaba encontrando lo que buscaba, que delante de ella, la
suerte le trajo al único ser capaz de hacerla razonar y sentir de una
forma completa. En realidad, en la sala de simulación había solo el
reflejo de un sueño, pero su foro interior le decía que vivía la
realización de lo que pensaba y deseaba. Era, de momento, solo una cita
virtual, pero su debilitado, frágil y desgastado ser encontró, en el
retorcido juego del destino, lo que llevaba buscando toda su vida: su
alma gemela.
Al salir la pálida luz de la luna, los personajes de su alrededor se iban alejando cada vez más, hasta desaparecer
de la vista de la joven mujer, Sileno también desapareció en la
penumbra que arañaba el aire, y al apagarse la escena del simulador,
Sophie cayó de rodillas, mirando al vacío y llorando en voz baja. Eran,
sin embargo, lágrimas de felicidad.
Mientras volvía a la oficina de Gerard, Sophie aún estaba temblando bajo el imperio de lo vivido.
- ¿Podría decirme quién es, por favor? ¿Y dónde, o cuándo vivió? - preguntó ella, ya aliviada - quiero conocerlo, si es posible.
- Pero lo conoce ya -replicó Gerard- Sileno es su
verdadero nombre. Y ha vivido hace… 53 años, en Grecia. Su seguimiento
neuronal nos muestra que él también ansía resucitar. Queda establecer la
fecha cuando quiere que se formalice la cita.
Sophie calculó bien su tiempo, recibió incluso la confirmación
médica de que todo estaba bien, y el día establecido, se plantó en la
sede de la empresa DESTINO, feliz de haber dado ese paso.
“Más que el destino - pensaba ella - es un verdadero milagro”. Tres días
antes del encuentro, había hecho también el tratamiento mnemotécnico.
No se habían visto nunca en persona, mas parecía que se conocían de una
vida entera. Conocía sus preferencias, desde las culinarias hasta
musicales o artísticas, conocía sus miedos e inquietudes, sus deseos,
sabía sobre el desengaño con las ninfas y sus tres hijos perdidos,
Marón, Leneo y Astreo, todo lo que provocó la ruptura con el mundo
supralunar y las razones de su destierro; como preferió congelar su
cuerpo para pasar seis horas con la persona que amara, encontrar su alma
gemela en el futuro. Y lo encontró: después de 74 largos años de espera
más los aproximados 5000 anteriores, y con certeza, él también conocía
todo el pasado de Sophie.
En la elegante sala de reunión, el primero en entrar fue Gerard:
- Señorita Sophie, tras entrar Sileno por esa
puerta, durante las seis horas siguientes, una limusina estará a su
disposición para desplazarles a cualquier destino dentro del perímetro
de la ciudad. Me alegro enormemente por usted y sé que está impaciente,
por tanto, con su permiso, me retiro. Le ruego, sin embargo, que tenga
un gramo terrestre de paciencia.
Habían pasado solo unos pocos minutos, pero a Sophie le parecieron
horas; la puerta se volvió a abrir, y cuando Sileno pisó el peldaño de
la puerta, Sophie se acercó hacia él y se lanzó en sus brazos. Desde
entonces, el tiempo empezó a correr a cien por hora, se escurría como
los granos finos de arena entre los dedos de un puño apretado que
intentaba retenerlo con toda su fuerza. Se metieron en el coche y se
fueron inmediatamente. Visitaron jardines y parques, subieron en el
turno pegado al satélite artificial que había encima de la ciudad y
bajaron a las catacumbas de Titulcia; con grandes dificultades se
separaban de su abrazo, manteniendo lo más cerca posible la encarnación
de su propio sueño. Decidieron comer juntos en la terraza de la última
planta del hotel más original y extravagante de la ciudad, saborearon un
delicioso pato asado y un vino neozelandés de más de un decenio.
El tiempo volaba y los cuentos no encontraban un final. Él tomó el
café de sus labios y ella robaba las uvas, con una sonrisa pícara, de
entre sus dientes. El silencio rompió con sus palabras, pero sus miradas
aún estaban en un continuo duelo, bailando un tango conmovedor, ahí, en
la azotea del mundo.
Al retirarse a la habitación del hotel, aún les quedaba una hora y catorce minutos.
- Te estuve esperando 5 milenios y supe que te encontraría algún día - le susurró Sileno al oido, mientras jugaba entre sus labios con un bucle de su pelo dorado.
…
- Al principio no les creía, pero luego me dije a mí misma: “quizá él
esté esperando detrás de este increíble regalo, mereciéndose cualquier
riesgo y cualquier sacrificio.” - le respondió ella tanto en palabras
como en hechos.
…
- No te encontré en el pasado, tampoco en mi presente, pero
les dije: “Heladme, cubridme en la oscura noche y envolvedme como
humareda del infierno; que mi agudo puñal oculte la herida que abrirá y
que el cielo, espiándome a través de las tinieblas, no diga «basta»; y si el experimento falla, cortadme en mil trocitos y servidme como hielo en un coctél, para derretirme en sus labios.”
…
- Sileno, ¿y si todo es un sueño?
…
- ¡Derramaría la sangre de mil soldados para estar una hora más a tu lado!
…

Sus abrazos eran el símil de las guerras interplanetarias. Cuando sus uñas arañaban en la carne,
se hacían oír los chillidos de los delfines en el fondo de los océanos.
El sonido del aire que salía por sus fosas nasales parecía el de unos
guepardos listos para atacar, sus elásticos cuerpos esperando a la
siguiente víctima. La luna miraba de reojo entre las cortinas y las
sombras de la noche se deslizaban entre sus sábanas. Saborearon sus
lágrimas el uno al otro como si fuese el más dulce nétar.
- ¿Y por qué solo seis horas? ¿Por qué tan poco tiempo?
- Porque es el límite de mi cuerpo después del deshielo. Piénsalo bien, es mejor que no habernos conocido nunca.
- ¿Y qué pasará después contigo? ¿Qué pasará después? - le gritó
Sophie en un momento de máxima desesperación - ¡Eso no me lo dijieron!
- Esa es mi obligación, yo te lo tenía que decir.
- ¡Entonces, dímelo!
- Sophie, el proceso de criogenización no se puede efectuar sobre un organismo vivo más de una vez.
- No lo entiendo…
- El que salió del estado de criogenización no puede sobrevivir más de seis horas.
- Sigo sin entenderlo - dijo ella, pero de hecho no quería entenderlo.
- Sophie, me quedan 23 minutos y moriré.
- ¡Nooooooooooooooo! - salió de su boca un grito que rompió la monotonía de la noche.
- Elegí pasar por esto hace 53 años. Elegí morir a las seis horas de conocerte.
Sileno no sabía si Sophie seguía oyéndole, pues
estaba derrumbada en la cama y solo el movimiento rítmico de sus hombros
daba fe de que aún respiraba. Él se tumbó a su lado, apoyó su rostro al
lado del suyo y le susurró:
- Durante 53 años viví una utopía. Subí montañas y
atravesé desiertos, luché con los pumas. Visité palacios y ruinas con
puertas desvencijadas. ¿Sabes? Dos veces me sumergí junto al Titanic.
Utopías, Sophie, ¡utopías! Pero al verte con el caballo en los jardines
del palacio sabía que se acabarían. Para estas seis horas contigo,
habría sido capaz de morir 53 veces, no una.
- No, no, no es justo. Tenían que habérmelo dicho. ¡Es absurdo! - en medio de la cama ya no estaba Sophie, sino un pajarillo herido que luchaba con sus últimas fuerzas por la supervivencia.
- No habrías venido, Sophie, ¡no me habrías liberado nunca! ¡No
nos habríamos conocido nunca, Sophie! Pero sabes que el amor es más
fuerte que la mismísima muerte. Sabes que te amo y siempre te amaré.
El fin de la sexta hora los encontró abrazados desesperadamente uno al otro; ni siquiera vieron a los que entraron en la habitación para llevárselo.
Días y días pasaron, semanas sin rumbo, pero su alma seguía
siendo la arena de una lucha interminable de miles de sentimientos
contrarios. Penetrar con la mente en los intrincados momentos vividos ya
no significaba nada más que un agotamiento psíquico imposible de
desterrar. La realización de lo que siempre había soñado
fue eclipsada por el remordimiento de haber desencadenado algo
irreparable, pero por otro lado, la tristeza desgarradora que la cubría a
veces desaparecía con el inmerecido regalo que había recibido, un
regalo del que estaba cada vez más segura, un regalo al que bendecía con
voz apagada cada noche antes de irse a dormir, un regalo que sentía
crecer cada vez más en su vientre, dando lugar, en un futuro muy
cercano, al reencuentro entre humanos y bestias.