domingo, 1 de diciembre de 2013

Seis horas

En un futuro muy cercano al reencuentro entre humanos y bestias, la pasión atormenta los espiritus de los cuidadanos madrileños, haciéndoles buscar nuevas formas del amor. Sophie, estudiante del alma máter capitalino, es una de ellos.
Sophie dejó de buscar en el bolso colgado del hombro cada vez que necesitaba un pañuelo para secarse las lágrimas y estaba cruzando el bulevar tapizado de caminantes sin camino, apretujándolo, húmedo, en el puño. Sentía que nada la podía consolar ya, que todo el mundo estaba en su contra, que de su vida, de todas sus esperanzas, solo quedaron pedazos, piezas de puzzle sin encajar. Los desconocidos la empujaban en sus prisas, pero a ella ya le daba igual. Intentaba mantenerse firme, no sucumbir ni un solo milímetro a su favor… ¡no ceder frente a ellos! ¡Nunca, nada!
Ella le había sido sincera, pero Dylan se mostró un ser ruin. Sentía que no podía más, pero lo quería. Lo quiso, mejor dicho. Después de todo lo que hizo por él, después de todo el apoyo que le dio con todas sus fuerzas, ¡cuánta infamia por su parte! De todas sus ilusiones no quedó nada, ¿los planes de futuro con él? A la mierda. “¡Golfo! ¡Bas-tar-do!” le daba por gritar con toda su fuerza, ahí donde estaba, en medio de la multitud; golpear con los puños a todos los paseantes, cogerlos del cuello y preguntarles el porqué le tenían que suceder todas estas cosas a ella. Ya no le importaba que todos la vieran llorar, mas todos la miraban con indiferencia. El pañuelo que apretaba estaba cada vez más húmedo, empapado, sus ojos estaban cada vez más turbios, los latidos de su empedrado corazón no conseguían ablandarse y al llegar a los jardines del Retiro se sentó al borde de la fuente, bajo la ala del Ángel para descansar plácidamente. Su paciencia llegó al límite y empezó a gritar a cántaros su desengaño. Los hombros le saltaban aún por los suspiros, mientras sus delicados dedos amasaban el moquero. Sentía un ligero temblor en las piernas a la vez que intentaba librarse del peso que apesadumbraba su tenue cuerpo. Sus labios murmuraban palabras mutiladas y sin sentido, hasta cuando, al final, las lágrimas, dejadas vagamente caer, le habían limpiado su blanco rostro, además de la tensión que tenía que soportar, aquel dolor agudo la mataba por dentro. El borde de la fuente estaba muy cómodo, y su ser, en el extremo de aquel parque, rodeado ahora de paseantes chiflados, paulatinamente se había tranquilizado.
Era otoño, el tercer otoño a su lado. Y el último. Blanche la advirtió, pero ella no quiso escuchar. Su buena amiga y compañera en todos los males, Blanche, intentaba abrirle los ojos, pero esta la ignoraba, diciendo que todo lo que le dice son alucinaciones. Pensaba que era celosa de su felicidad. Oh, bella felicidad. ¡Condenada seas! El llorar le sentó bien, la calmó, la tranquilizó. La devolvió a su equilibrio natural. Firmeza. Al final se levantó del borde de la fuente y se fue hacia la estación del tren diferido. En 40 minutos estaría en la esquina de su callejón. Quizá había escaneado la tarjeta por instinto, porque momentos después se dio cuenta de que estaba en el vagón central, al lado de un señor arrugado por el paso del tiempo y el desgaste de su experiencia, alejándose a una velocidad embriagadora. Los meneos, los frenazos bruscos y las conversaciones insistentes e invectivas de aquel desconocido parecía que le estaban mejorando el estado de ánimo. Le ayudaban superar los lamentos, la devolvían al sano juicio que, muchos decían, que la caracterizaba. ¡Su parada! Bajó, pero sin prisa.
Iba tranquila, haciendo pequeñas paradas para ver la gran pantalla de la estación, mirando atentamente, desde cerca, como las coloridas células cambiaban su intensidad lumínica en función de las imágenes que se formaban. Hizo instintivamente diez, quizá quince pasos hacia atrás, sin mover sus ojos de la pantalla mientras leía: “¿Cree usted en el alma gemela? ¿Cree usted que la puede encontrar? ¿Ha vivido en otro tiempo o en otro lugar de la tierra? ¡Nosotros le llevamos al encuentro con su destino!” Sí, lo había pensado. Ciertamente, no la había conocido todavía. “Estaba en el otro extremo de aquel tren, o quizá en el otro extremo del universo…” - se decía a sí misma; una leve sonrisa le apareció en el blanco rostro. Dobló la manga de su extravagante blusa color púrpura, sacando el reloj. Escaneó discretamente y de manera inadvertida el código de la esquina inferior de aquella pantalla y se fue hacia el piso donde vivía, impaciente a tirarse bajo el agua caliente de la ducha.
Al salir de la ducha estaba como nueva. Hasta sus pensamientos estaban como vírgenes. Frescos. ¡Sabía lo que quería! Tenía muchísimo dinero, cierto que, ahorrado con mucho esfuerzo a lo largo de los últimos años, guardados para unas vacaciones especiales que se habían prometido ella y Dylan. Al darse cuenta de que tenían todo ese dinero, ella y Dylan renunciaron al crucero por el lado oscuro de la Luna y planearon hacer el de la órbita de Venus. íMenos mal que no lo había pagado!
“Al diablo con todo este dinero, ¡adiós Dylan!” - Proyectó el código copiado en la estación sobre el sensor lateral de la pantalla modular. Esta se encendió y del proyector de la pared paralela a la gran ventana que muestra una vista amplia de la calle se surgió la figura de un joven alto y rubio que saludó a Sophie con una voz artificial:
- Buen día y gracias por su llamada. ¡Acaba usted de dar el primer paso hacia el Paraíso! Su alma gemela espera a que lo encuentre.
- Quiero saber cuáles son los servicios que ofrecéis. - Sophie sabía que estaba hablando con un robot, así que no se molestaba en ser amable.
- Le ayudaremos a encontrar a su pareja ideal, ¡sí, es posible! Desde hace más de 500 años nuestra empresa ha llevado al encuentro con la suerte a más de 5 millones de personas. ¿Su alma gemela vive en la otra parte del Mundo? ¡Le llevaremos hasta ahí! ¿Ha vivido en el pasado? ¡Le está esperando! Y si vive en el futuro, le ayudaremos a encontrarlo. Uno de nuestros operadores está listo para darle los detalles de la sede de la empresa correspondiente al código escaneado.
Con un gesto de la mano en el aire, Sophie apagó la pantalla y se fue a arreglar, se puso un chándal deportivo y salió a la calle, bastante relajada. En la parada del autobús proyectó el código del reloj en el sensor del control de tráfico y le apareció instantáneamente la ruta que había que seguir. Al cabo de 33 minutos estaba delante de un edificio grande, en cuya fachada brillaba en letras doradas “DESTINO”. Sophie estaba andando de forma mecánica; su movimiento era seguro y firme; pero no poco fue su asombro cuando, tras llegar a la 163ª planta, encontró al joven alto y rubio que le había hablado antes a través de la pantalla.
-Vinó usted muy rápido, ergo se ha decidido ya. Por favor, pase a mi oficina. - El joven la condujo por el largo pasillo hasta una puerta tapizada, con un toque victoriano; le abrió la puerta, como un verdadero caballero haría y, gentil, la invitó a pasar.
- Gracias, señor, es usted muy amable.
- Excúseme por mi rudeza, mi nombre es Gerard. Por favor, tome asiento. Le aseguro que quedará más que satisfecha con los servicios que le podemos ofrecer; es evidente que usted es un ser muy sensible.
El discurso retórico no la molestó, es más, no prestó siquiera mucha atención al estilo comercial al presentar los “servicios” de la compañía, ya que estaba ligeramente indiferente:
- Le rogaría que me dijera todo lo que debería saber sobre sus servicios.
- La felicito por su elección. Sí que parece increíble, pero es cierto, la podemos ayudar. Bien, decirle que existen varias posibilidades, tan solo mire la pantalla. - en la pared lateral al joven se encendió una pantalla que empezó a mostrar imágenes, como si fuesen dirigidas para un filme artístico, mientras el joven continuó - para empezar, debe elegir entre varios escenarios en los que se examinará virtualmente con humanos o humanoides de nuestra base de datos. Un paseo por el bulevar o por el parque, un crucero, una mascarada o una discoteca, el set de grabación de una película del difunto Woody Allen y muchos otros entornos que puede seleccionar en el formulario de iniciación que tiene delante. Entrará en una sala de simulación donde se proyectarán hologramas. Estando allí le facilitaremos el encuentro con una multitud de seres compatibles con usted a los que hemos estudiado, con su consentimiento ciertamente, hasta los más pequeños detalles. Todos aquellos seres, buscan a su vez, a su alma gemela. No le queda más que entrar, examinar, descubrir y conocer a su alma gemela. Y ahora viene lo interesante: después de haberlo encontrado virtualmente, habrá un segundo encuentro físico.
- ¿A qué se refiere con encuentro físico?
- Entiendo su pregunta. Después de la simulación virtual que realizaremos y su encuentro con él, lo podremos identificar en cualquier lugar y tiempo.
- No entiendo. - Sophie tenía sus dudas, pero con cada palabra del joven, prestaba más interés.
- Si vive en el presente, será más fácil de localizar, esté donde esté. El segundo caso, si él vivió en el pasado. Existe un número inmenso de personas, desde hace 500 años, incluso más, desde que empezamos este programa, personas que buscando su pareja sin encontrarla, decidieron seguir la búsqueda en el futuro. Estas personas se encuentran en un proceso de criogenización, personas conectadas a nuestros ordenadores, conscientes y que están en nuestro programa de simulación. Si lo reconoce y encuentra, le podemos traer a la vida y le podemos ofrecer seis horas en su compañía. Seis horas - añadió el joven - reales, cara a cara, esta vez físicamente. Es decir, usted conocerá a su alma gemela aunque haya vivido en otro siglo. Después de dichas seis horas, tenemos la obligación de llevarlo a nuestras clínicas y usted no lo volverá a ver jamás.
El joven se detuvo por unos instantes, mirando el espectacular asombro reflejado en la cara de su interlocutora, luego continuó:
- Puede que él ya le esté esperando, nosotros les ofrecemos ese encuentro a pesar de los límites espaciotemporales.
Sophie se quedó boquiabierta, completamente sorprendida y confundida por lo que estaba oyendo. No podía decir nada. Miraba fascinada las imágenes de la pantalla hasta encontrar el valor de preguntar:
- Y si… ¿y si no lo encuentro? Si… este… ¿y si él viviera en el futuro?
Igual de relajado que antes, Gerard le explicó:
- En este caso, puede entrar usted misma en el proceso de criogenización con la esperanza de que él la busque en un futuro próximo. Y si la busca, la encontrará, ¿no? En este caso usted deberá pagar un pequeño suplemento. Cuando la encuentre, alguna vez en el futuro, la devolveremos a la vida durante seis horas, físicamente, junto a él. Pero en este caso, antes de optar por la tercera opción, tendremos que discutir otros detalles muy importantes. Pero esto, repito, solo si no lo encontrase durante la simulación y optará por esperarlo… en el futuro…
- ¿Y por qué solo seis horas? - le interrumpió ella.
- No olvidemos: lo más justo sería que viviera en nuestros tiempos, es lo que le deseo. Les reuniremos con mucho gusto y tendrán juntos una vida feliz, a cambio de un pequeño porcentaje de sus ingresos. Sin embargo, si vivió en el pasado y lo encuentra virtualmente, lo devolveremos a la vida y tendrán seis horas para estar juntos; no van a derrochar el tiempo en conocerse, porque tanto a usted como al… encontrado en el tiempo… les vamos a inducir de forma neuropsíquica todo lo que deben saber el uno sobre el otro. Tendrán la impresión de que se conocen de toda la vida, hasta los más pequeños detalles. Esas seis horas, sin duda, serán una experiencia que no olvidarán jamás. Es todo lo que puede ofrecernos la medicina de hoy en día, seis horas. Es su decisión y no hace falta tomarla en este mismo momento. Esperamos su regreso cuando se haya decidido.
A Sophie le hicieron falta unos cuantos minutos para recuperar el habla. En su mente se desplegaban con una velocidad increíble escenarios y escenarios, cientos, quizá miles de escenarios. Las imágenes eran borrosas, en movimiento, corriendo, como las de una cámara fotográfica desenfocada. Necesitaba pensárselo.
Justo después de siete días, Sophie estaba en la sala de simulación holográfica, lista para una experiencia que le había costado sus ahorros de dos años. Habían sido los ahorros para su crucero venusiano, eso significaba una enorme cantidad de dinero, pero se permitió elegir uno de los escenarios más selectos: un paseo por las tierras de un magnífico castillo cercano a un cristalino lago, hermanado a un bosque de pinos altos y majestuosos.
Los caballos que pidió golpeaban con los cascos el pavimento del patio del castillo, y el grupo de Sophie iba, siguiendo la línea del lago, hacia el pinar. Las sensaciones y las imágenes ampliadas de unos cuantos minúsculos electrodos, ubicados sobre sus huesos temporales, parecían tan reales que Sophie se acomodó rápidamente al hilo de lo que estaba transcurriendo. El mayordomo que la había ayudado a colocar su equipaje era muy amable y le dispensó toda la atención merecida por una condesa. El líder del grupo de jinetes, era uno de los mejores jugadores de Polo del lugar y tenía un traje tan digno que parecía sacado de los áticos de la escritura de Homero, yendo hacia el asalto de los muros troyanos. Al salir del camino de piedra, se cruzaron con un grupo de cazadores que presumían de haber abatido los mejores jabalíes de todo el dominio del castillo. Algunas de las damas que acompañaban a Sophie cedieron a las insistencias de estos, dejando de lado los paseos a caballo para volver a la preparación del banquete en su honor.
Sophie se quedó firme en su montura, lista para explorar los misterios del bosque. De los densos arbustos, al sonido del trote de los caballos, saltaron faisanes de colores, vagando por todas partes, mientras el bosque reproducía sus sonidos, sonoro eco de armoniosas voces. El sol del mediodía empezaba a bajar de lo alto del cielo y tiraba, como flechas, sombras cada vez más largas. Se hizo una parada en el primer claro del bosque para que los caballos pudiesen saciar su sed y donde otro grupo se preparaba para la vuelta, no antes de precisar las mejores rutas a seguir, en función de la dificultad deseada. Los grupos se dividieron, pero Sophie se quedó con su grupo inicial, al cual se añadieron unos cuantos miembros más, caballeros y damas que deseaban reanudar su paseo. De estos, el interés de Sophie se dirigió hacia una joven criatura, no era humano, pero sí llevaba su ropa: una chaqueta de piel de pantera, pantalones corrientes de montar y botas negras por debajo de la rodilla. Tenía rasgos físicos comunes a los humanos, pero también orejas puntiagudas y cuernos en la cabeza, sus miembros eran peludos y sus ojos como dos olivas negrecidas por el sol. Este agachó ligeramente la cabeza para saludarla y le sonrió con amabilidad. Se acercaba para colocarle el chaleco de protección para no dañarse la espalda. Al verlo, la inundó una ola de calor, y su corazón comenzó a saltar como si fuese un momento de máximo peligro, cuando la adrenalina altera todos tus sentidos, sin embargo, ella se lo esperaba.
Se presentó como Sileno, sátiro y semidios, hijo de Pan y Gea, hijo al que habían castigado a vivir en tierras humanas, arrastrando la desilusión de no encontrar el amor, un ánima sola que buscaba su paz interior en el cariño de los humanos, en un alma gemela.
Y bastó una simple mirada para volverse inseparables hasta regresar al castillo. Compartieron impresiones sobre el paseo, sobre la belleza de las tierras del castillo, sobre el baile del sol entre las hojas de los árboles, sobre su pasión común por la equitación. Al volver a entrar por el portón ruidoso del castillo, ya no eran dos extraños, sino dos almas que vibraban al unísono en una envidiable melodía de amor, aparentemente imposible.
Al ayudarla a bajar del caballo, Sophie encontró en sus brazos el abrazo de un universo entero. Cada célula de su cuerpo le decía que estaba encontrando lo que buscaba, que delante de ella, la suerte le trajo al único ser capaz de hacerla razonar y sentir de una forma completa. En realidad, en la sala de simulación había solo el reflejo de un sueño, pero su foro interior le decía que vivía la realización de lo que pensaba y deseaba. Era, de momento, solo una cita virtual, pero su debilitado, frágil y desgastado ser encontró, en el retorcido juego del destino, lo que llevaba buscando toda su vida: su alma gemela.
Al salir la pálida luz de la luna, los personajes de su alrededor se iban alejando cada vez más, hasta desaparecer de la vista de la joven mujer, Sileno también desapareció en la penumbra que arañaba el aire, y al apagarse la escena del simulador, Sophie cayó de rodillas, mirando al vacío y llorando en voz baja. Eran, sin embargo, lágrimas de felicidad.
Mientras volvía a la oficina de Gerard, Sophie aún estaba temblando bajo el imperio de lo vivido.
- ¿Podría decirme quién es, por favor? ¿Y dónde, o cuándo vivió? - preguntó ella, ya aliviada - quiero conocerlo, si es posible.
- Pero lo conoce ya -replicó Gerard- Sileno es su verdadero nombre. Y ha vivido hace… 53 años, en Grecia. Su seguimiento neuronal nos muestra que él también ansía resucitar. Queda establecer la fecha cuando quiere que se formalice la cita.
Sophie calculó bien su tiempo, recibió incluso la confirmación médica de que todo estaba bien, y el día establecido, se plantó en la sede de la empresa DESTINO, feliz de haber dado ese paso. “Más que el destino - pensaba ella - es un verdadero milagro”. Tres días antes del encuentro, había hecho también el tratamiento mnemotécnico. No se habían visto nunca en persona, mas parecía que se conocían de una vida entera. Conocía sus preferencias, desde las culinarias hasta musicales o artísticas, conocía sus miedos e inquietudes, sus deseos, sabía sobre el desengaño con las ninfas y sus tres hijos perdidos, Marón, Leneo y Astreo, todo lo que provocó la ruptura con el mundo supralunar y las razones de su destierro; como preferió congelar su cuerpo para pasar seis horas con la persona que amara, encontrar su alma gemela en el futuro. Y lo encontró: después de 74 largos años de espera más los aproximados 5000 anteriores, y con certeza, él también conocía todo el pasado de Sophie.
En la elegante sala de reunión, el primero en entrar fue Gerard:
- Señorita Sophie, tras entrar Sileno por esa puerta, durante las seis horas siguientes, una limusina estará a su disposición para desplazarles a cualquier destino dentro del perímetro de la ciudad. Me alegro enormemente por usted y sé que está impaciente, por tanto, con su permiso, me retiro. Le ruego, sin embargo, que tenga un gramo terrestre de paciencia.
Habían pasado solo unos pocos minutos, pero a Sophie le parecieron horas; la puerta se volvió a abrir, y cuando Sileno pisó el peldaño de la puerta, Sophie se acercó hacia él y se lanzó en sus brazos. Desde entonces, el tiempo empezó a correr a cien por hora, se escurría como los granos finos de arena entre los dedos de un puño apretado que intentaba retenerlo con toda su fuerza. Se metieron en el coche y se fueron inmediatamente. Visitaron jardines y parques, subieron en el turno pegado al satélite artificial que había encima de la ciudad y bajaron a las catacumbas de Titulcia; con grandes dificultades se separaban de su abrazo, manteniendo lo más cerca posible la encarnación de su propio sueño. Decidieron comer juntos en la terraza de la última planta del hotel más original y extravagante de la ciudad, saborearon un delicioso pato asado y un vino neozelandés de más de un decenio.
El tiempo volaba y los cuentos no encontraban un final. Él tomó el café de sus labios y ella robaba las uvas, con una sonrisa pícara, de entre sus dientes. El silencio rompió con sus palabras, pero sus miradas aún estaban en un continuo duelo, bailando un tango conmovedor, ahí, en la azotea del mundo.
Al retirarse a la habitación del hotel, aún les quedaba una hora y catorce minutos.
- Te estuve esperando 5 milenios y supe que te encontraría algún día - le susurró Sileno al oido, mientras jugaba entre sus labios con un bucle de su pelo dorado.
- Al principio no les creía, pero luego me dije a mí misma: “quizá él esté esperando detrás de este increíble regalo, mereciéndose cualquier riesgo y cualquier sacrificio.” - le respondió ella tanto en palabras como en hechos.
- No te encontré en el pasado, tampoco en mi presente, pero les dije: “Heladme, cubridme en la oscura noche y envolvedme como humareda del infierno; que mi agudo puñal oculte la herida que abrirá y que el cielo, espiándome a través de las tinieblas, no diga «basta»; y si el experimento falla, cortadme en mil trocitos y servidme como hielo en un coctél, para derretirme en sus labios.”
- Sileno, ¿y si todo es un sueño?
- ¡Derramaría la sangre de mil soldados para estar una hora más a tu lado!
Sus abrazos eran el símil de las guerras interplanetarias. Cuando sus uñas arañaban en la carne, se hacían oír los chillidos de los delfines en el fondo de los océanos. El sonido del aire que salía por sus fosas nasales parecía el de unos guepardos listos para atacar, sus elásticos cuerpos esperando a la siguiente víctima. La luna miraba de reojo entre las cortinas y las sombras de la noche se deslizaban entre sus sábanas. Saborearon sus lágrimas el uno al otro como si fuese el más dulce nétar.
- ¿Y por qué solo seis horas? ¿Por qué tan poco tiempo?
- Porque es el límite de mi cuerpo después del deshielo. Piénsalo bien, es mejor que no habernos conocido nunca.
- ¿Y qué pasará después contigo? ¿Qué pasará después? - le gritó Sophie en un momento de máxima desesperación - ¡Eso no me lo dijieron!
- Esa es mi obligación, yo te lo tenía que decir.
- ¡Entonces, dímelo!
- Sophie, el proceso de criogenización no se puede efectuar sobre un organismo vivo más de una vez.
- No lo entiendo…
- El que salió del estado de criogenización no puede sobrevivir más de seis horas.
- Sigo sin entenderlo - dijo ella, pero de hecho no quería entenderlo.
- Sophie, me quedan 23 minutos y moriré.
- ¡Nooooooooooooooo! - salió de su boca un grito que rompió la monotonía de la noche.
- Elegí pasar por esto hace 53 años. Elegí morir a las seis horas de conocerte.
Sileno no sabía si Sophie seguía oyéndole, pues estaba derrumbada en la cama y solo el movimiento rítmico de sus hombros daba fe de que aún respiraba. Él se tumbó a su lado, apoyó su rostro al lado del suyo y le susurró:
- Durante 53 años viví una utopía. Subí montañas y atravesé desiertos, luché con los pumas. Visité palacios y ruinas con puertas desvencijadas. ¿Sabes? Dos veces me sumergí junto al Titanic. Utopías, Sophie, ¡utopías! Pero al verte con el caballo en los jardines del palacio sabía que se acabarían. Para estas seis horas contigo, habría sido capaz de morir 53 veces, no una.
- No, no, no es justo. Tenían que habérmelo dicho. ¡Es absurdo! - en medio de la cama ya no estaba Sophie, sino un pajarillo herido que luchaba con sus últimas fuerzas por la supervivencia.
- No habrías venido, Sophie, ¡no me habrías liberado nunca! ¡No nos habríamos conocido nunca, Sophie! Pero sabes que el amor es más fuerte que la mismísima muerte. Sabes que te amo y siempre te amaré.
El fin de la sexta hora los encontró abrazados desesperadamente uno al otro; ni siquiera vieron a los que entraron en la habitación para llevárselo.
Días y días pasaron, semanas sin rumbo, pero su alma seguía siendo la arena de una lucha interminable de miles de sentimientos contrarios. Penetrar con la mente en los intrincados momentos vividos ya no significaba nada más que un agotamiento psíquico imposible de desterrar. La realización de lo que siempre había soñado fue eclipsada por el remordimiento de haber desencadenado algo irreparable, pero por otro lado, la tristeza desgarradora que la cubría a veces desaparecía con el inmerecido regalo que había recibido, un regalo del que estaba cada vez más segura, un regalo al que bendecía con voz apagada cada noche antes de irse a dormir, un regalo que sentía crecer cada vez más en su vientre, dando lugar, en un futuro muy cercano, al reencuentro entre humanos y bestias.

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