martes, 1 de abril de 2014

La maternité

Apoyó la mano en el mármol ennegrecido para agacharse a abrir el horno. En la bandeja, un par de mulsos de pollo poco hechos y unas patatas mal cortadas humeaban y desprendían un olor a rancio que se perdía en el ambiente cargado de la cocina. Despegó la mano del mármol y se sirvió la comida en uno de los platos apilados en el fregadero, esperando a ser lavados.

Marta se sentó en el sofá a disfrutar por quinta vez de Orgullo y prejuicio mientras devoraba su pollo. Al terminar de comer, se limpió las manos en su camisón blanco lleno de manchas, y continuó con la mirada clavada en la pantalla de treinta y ocho pulgadas, disfrutando de cómo el señor Darcy y la señorita Bennet se enzarzaban en una de las discusiones en las que ninguno de los dos daba la razón al otro.

Mientras se secaba las lágrimas y pensaba en si volver a ver la película, tuvo la impresión de que olvidaba algo. Intentó hacer memoria y empezó a dar vueltas por el salón, poniéndose cada vez más nerviosa. Finalmente, se detuvo en seco y sintió que el corazón se le paraba durante unos segundos. Se llevó las manos a la cabeza y se estiró del pelo mientras murmuraba palabras ininteligibles. Entonces, caminó rápidamente hasta una de las habitaciones y se detuvo en la puerta, agarró el pomo y apoyó la frente sobre la madera. Las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas y tras inspirar profundamente, giró el pomo y abrió la puerta.

El bebé, olvidado por su madre durante días, yacía sin vida en la cuna. Marta cayó de rodillas al suelo y gritó tan alto como sus pulmones le permitieron mientras las uñas le desgarraban la piel del cuello.

Despertó entre gritos y sudor y se incorporó en la cama, jadeante. Sus ojos se perdieron en su propio reflejo. Frente a ella, el espejo le mostraba una muñeca flaca de pelo alborotado rubio y ojos azules enmarcados en pronunciadas ojeras.

Bajó los pies al frío suelo y se levantó de la cama. La falda del camisón se deslizó hasta sus tobillos y echó a andar, despacito y temerosa, hacia la habitación de al lada. Abrió la puerta con toda delicadeza, intentando no hacer ruido alguno y asomó la cabeza antes de entrar y sonreír por ver a su amado niño plácidamente dormido en la cuna. Se acercó a él para cogerlo en brazo. "Sólo ha sido una pesadilla, ¿verdad?", susurró y besó la suave mejilla de su hijo. Se sentó en la mecedora y dejó caer uno de los tirantes del camisón por su hombro hasta descubrir su pecho.

El cuerpo inerte y en proceso de descomposición del bebé reposaba sobre su madre mientras ella apretaba la cabecica, suavemente, contra el pecho y tarareaba una dulce melodía:

"Duerme, mi niño..."



Naufragué


En lo alto de una estrella naufragué,
El tiempo se me hizo dueño,
Horas, días, meses... ni lo sé,
Y ahí un día te perdí entre mis sueños.

Y no habrá más silencio,
Palabras tiernas, dulces y amables.
Ya no nos queda nada,
Pero no te extrañes
Si me encuentras conviviendo 
Envuelta en tu sábana blanca.

Al son de las estrellas



Dicen las estrellas
Que ignore tu nombre,
Que burle la sombra
De nuestro pasado
Y entre caña y caña
Me aísle de lo amado
Por no querer sufrir un desengaño.
¿Y si fuese cierto?
¿Podrías culparme de protegerme
De lo que puede hacerme daño?
No soy metal,
Ni un muñeco de barro
Ni por supuesto
Un pedazo de hielo
Sin corazón ni pasado.
Soy mujer,
Un ser humano,
Con sangre en cada vena
Y un corazón latente en el pecho;
Y mucho miedo a quererte,
Pero aún más perderme
En este sueño donde
 Se pierden almas en pena.





A mí con mucho amor y autoestima.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Seis horas

En un futuro muy cercano al reencuentro entre humanos y bestias, la pasión atormenta los espiritus de los cuidadanos madrileños, haciéndoles buscar nuevas formas del amor. Sophie, estudiante del alma máter capitalino, es una de ellos.
Sophie dejó de buscar en el bolso colgado del hombro cada vez que necesitaba un pañuelo para secarse las lágrimas y estaba cruzando el bulevar tapizado de caminantes sin camino, apretujándolo, húmedo, en el puño. Sentía que nada la podía consolar ya, que todo el mundo estaba en su contra, que de su vida, de todas sus esperanzas, solo quedaron pedazos, piezas de puzzle sin encajar. Los desconocidos la empujaban en sus prisas, pero a ella ya le daba igual. Intentaba mantenerse firme, no sucumbir ni un solo milímetro a su favor… ¡no ceder frente a ellos! ¡Nunca, nada!
Ella le había sido sincera, pero Dylan se mostró un ser ruin. Sentía que no podía más, pero lo quería. Lo quiso, mejor dicho. Después de todo lo que hizo por él, después de todo el apoyo que le dio con todas sus fuerzas, ¡cuánta infamia por su parte! De todas sus ilusiones no quedó nada, ¿los planes de futuro con él? A la mierda. “¡Golfo! ¡Bas-tar-do!” le daba por gritar con toda su fuerza, ahí donde estaba, en medio de la multitud; golpear con los puños a todos los paseantes, cogerlos del cuello y preguntarles el porqué le tenían que suceder todas estas cosas a ella. Ya no le importaba que todos la vieran llorar, mas todos la miraban con indiferencia. El pañuelo que apretaba estaba cada vez más húmedo, empapado, sus ojos estaban cada vez más turbios, los latidos de su empedrado corazón no conseguían ablandarse y al llegar a los jardines del Retiro se sentó al borde de la fuente, bajo la ala del Ángel para descansar plácidamente. Su paciencia llegó al límite y empezó a gritar a cántaros su desengaño. Los hombros le saltaban aún por los suspiros, mientras sus delicados dedos amasaban el moquero. Sentía un ligero temblor en las piernas a la vez que intentaba librarse del peso que apesadumbraba su tenue cuerpo. Sus labios murmuraban palabras mutiladas y sin sentido, hasta cuando, al final, las lágrimas, dejadas vagamente caer, le habían limpiado su blanco rostro, además de la tensión que tenía que soportar, aquel dolor agudo la mataba por dentro. El borde de la fuente estaba muy cómodo, y su ser, en el extremo de aquel parque, rodeado ahora de paseantes chiflados, paulatinamente se había tranquilizado.
Era otoño, el tercer otoño a su lado. Y el último. Blanche la advirtió, pero ella no quiso escuchar. Su buena amiga y compañera en todos los males, Blanche, intentaba abrirle los ojos, pero esta la ignoraba, diciendo que todo lo que le dice son alucinaciones. Pensaba que era celosa de su felicidad. Oh, bella felicidad. ¡Condenada seas! El llorar le sentó bien, la calmó, la tranquilizó. La devolvió a su equilibrio natural. Firmeza. Al final se levantó del borde de la fuente y se fue hacia la estación del tren diferido. En 40 minutos estaría en la esquina de su callejón. Quizá había escaneado la tarjeta por instinto, porque momentos después se dio cuenta de que estaba en el vagón central, al lado de un señor arrugado por el paso del tiempo y el desgaste de su experiencia, alejándose a una velocidad embriagadora. Los meneos, los frenazos bruscos y las conversaciones insistentes e invectivas de aquel desconocido parecía que le estaban mejorando el estado de ánimo. Le ayudaban superar los lamentos, la devolvían al sano juicio que, muchos decían, que la caracterizaba. ¡Su parada! Bajó, pero sin prisa.
Iba tranquila, haciendo pequeñas paradas para ver la gran pantalla de la estación, mirando atentamente, desde cerca, como las coloridas células cambiaban su intensidad lumínica en función de las imágenes que se formaban. Hizo instintivamente diez, quizá quince pasos hacia atrás, sin mover sus ojos de la pantalla mientras leía: “¿Cree usted en el alma gemela? ¿Cree usted que la puede encontrar? ¿Ha vivido en otro tiempo o en otro lugar de la tierra? ¡Nosotros le llevamos al encuentro con su destino!” Sí, lo había pensado. Ciertamente, no la había conocido todavía. “Estaba en el otro extremo de aquel tren, o quizá en el otro extremo del universo…” - se decía a sí misma; una leve sonrisa le apareció en el blanco rostro. Dobló la manga de su extravagante blusa color púrpura, sacando el reloj. Escaneó discretamente y de manera inadvertida el código de la esquina inferior de aquella pantalla y se fue hacia el piso donde vivía, impaciente a tirarse bajo el agua caliente de la ducha.
Al salir de la ducha estaba como nueva. Hasta sus pensamientos estaban como vírgenes. Frescos. ¡Sabía lo que quería! Tenía muchísimo dinero, cierto que, ahorrado con mucho esfuerzo a lo largo de los últimos años, guardados para unas vacaciones especiales que se habían prometido ella y Dylan. Al darse cuenta de que tenían todo ese dinero, ella y Dylan renunciaron al crucero por el lado oscuro de la Luna y planearon hacer el de la órbita de Venus. íMenos mal que no lo había pagado!
“Al diablo con todo este dinero, ¡adiós Dylan!” - Proyectó el código copiado en la estación sobre el sensor lateral de la pantalla modular. Esta se encendió y del proyector de la pared paralela a la gran ventana que muestra una vista amplia de la calle se surgió la figura de un joven alto y rubio que saludó a Sophie con una voz artificial:
- Buen día y gracias por su llamada. ¡Acaba usted de dar el primer paso hacia el Paraíso! Su alma gemela espera a que lo encuentre.
- Quiero saber cuáles son los servicios que ofrecéis. - Sophie sabía que estaba hablando con un robot, así que no se molestaba en ser amable.
- Le ayudaremos a encontrar a su pareja ideal, ¡sí, es posible! Desde hace más de 500 años nuestra empresa ha llevado al encuentro con la suerte a más de 5 millones de personas. ¿Su alma gemela vive en la otra parte del Mundo? ¡Le llevaremos hasta ahí! ¿Ha vivido en el pasado? ¡Le está esperando! Y si vive en el futuro, le ayudaremos a encontrarlo. Uno de nuestros operadores está listo para darle los detalles de la sede de la empresa correspondiente al código escaneado.
Con un gesto de la mano en el aire, Sophie apagó la pantalla y se fue a arreglar, se puso un chándal deportivo y salió a la calle, bastante relajada. En la parada del autobús proyectó el código del reloj en el sensor del control de tráfico y le apareció instantáneamente la ruta que había que seguir. Al cabo de 33 minutos estaba delante de un edificio grande, en cuya fachada brillaba en letras doradas “DESTINO”. Sophie estaba andando de forma mecánica; su movimiento era seguro y firme; pero no poco fue su asombro cuando, tras llegar a la 163ª planta, encontró al joven alto y rubio que le había hablado antes a través de la pantalla.
-Vinó usted muy rápido, ergo se ha decidido ya. Por favor, pase a mi oficina. - El joven la condujo por el largo pasillo hasta una puerta tapizada, con un toque victoriano; le abrió la puerta, como un verdadero caballero haría y, gentil, la invitó a pasar.
- Gracias, señor, es usted muy amable.
- Excúseme por mi rudeza, mi nombre es Gerard. Por favor, tome asiento. Le aseguro que quedará más que satisfecha con los servicios que le podemos ofrecer; es evidente que usted es un ser muy sensible.
El discurso retórico no la molestó, es más, no prestó siquiera mucha atención al estilo comercial al presentar los “servicios” de la compañía, ya que estaba ligeramente indiferente:
- Le rogaría que me dijera todo lo que debería saber sobre sus servicios.
- La felicito por su elección. Sí que parece increíble, pero es cierto, la podemos ayudar. Bien, decirle que existen varias posibilidades, tan solo mire la pantalla. - en la pared lateral al joven se encendió una pantalla que empezó a mostrar imágenes, como si fuesen dirigidas para un filme artístico, mientras el joven continuó - para empezar, debe elegir entre varios escenarios en los que se examinará virtualmente con humanos o humanoides de nuestra base de datos. Un paseo por el bulevar o por el parque, un crucero, una mascarada o una discoteca, el set de grabación de una película del difunto Woody Allen y muchos otros entornos que puede seleccionar en el formulario de iniciación que tiene delante. Entrará en una sala de simulación donde se proyectarán hologramas. Estando allí le facilitaremos el encuentro con una multitud de seres compatibles con usted a los que hemos estudiado, con su consentimiento ciertamente, hasta los más pequeños detalles. Todos aquellos seres, buscan a su vez, a su alma gemela. No le queda más que entrar, examinar, descubrir y conocer a su alma gemela. Y ahora viene lo interesante: después de haberlo encontrado virtualmente, habrá un segundo encuentro físico.
- ¿A qué se refiere con encuentro físico?
- Entiendo su pregunta. Después de la simulación virtual que realizaremos y su encuentro con él, lo podremos identificar en cualquier lugar y tiempo.
- No entiendo. - Sophie tenía sus dudas, pero con cada palabra del joven, prestaba más interés.
- Si vive en el presente, será más fácil de localizar, esté donde esté. El segundo caso, si él vivió en el pasado. Existe un número inmenso de personas, desde hace 500 años, incluso más, desde que empezamos este programa, personas que buscando su pareja sin encontrarla, decidieron seguir la búsqueda en el futuro. Estas personas se encuentran en un proceso de criogenización, personas conectadas a nuestros ordenadores, conscientes y que están en nuestro programa de simulación. Si lo reconoce y encuentra, le podemos traer a la vida y le podemos ofrecer seis horas en su compañía. Seis horas - añadió el joven - reales, cara a cara, esta vez físicamente. Es decir, usted conocerá a su alma gemela aunque haya vivido en otro siglo. Después de dichas seis horas, tenemos la obligación de llevarlo a nuestras clínicas y usted no lo volverá a ver jamás.
El joven se detuvo por unos instantes, mirando el espectacular asombro reflejado en la cara de su interlocutora, luego continuó:
- Puede que él ya le esté esperando, nosotros les ofrecemos ese encuentro a pesar de los límites espaciotemporales.
Sophie se quedó boquiabierta, completamente sorprendida y confundida por lo que estaba oyendo. No podía decir nada. Miraba fascinada las imágenes de la pantalla hasta encontrar el valor de preguntar:
- Y si… ¿y si no lo encuentro? Si… este… ¿y si él viviera en el futuro?
Igual de relajado que antes, Gerard le explicó:
- En este caso, puede entrar usted misma en el proceso de criogenización con la esperanza de que él la busque en un futuro próximo. Y si la busca, la encontrará, ¿no? En este caso usted deberá pagar un pequeño suplemento. Cuando la encuentre, alguna vez en el futuro, la devolveremos a la vida durante seis horas, físicamente, junto a él. Pero en este caso, antes de optar por la tercera opción, tendremos que discutir otros detalles muy importantes. Pero esto, repito, solo si no lo encontrase durante la simulación y optará por esperarlo… en el futuro…
- ¿Y por qué solo seis horas? - le interrumpió ella.
- No olvidemos: lo más justo sería que viviera en nuestros tiempos, es lo que le deseo. Les reuniremos con mucho gusto y tendrán juntos una vida feliz, a cambio de un pequeño porcentaje de sus ingresos. Sin embargo, si vivió en el pasado y lo encuentra virtualmente, lo devolveremos a la vida y tendrán seis horas para estar juntos; no van a derrochar el tiempo en conocerse, porque tanto a usted como al… encontrado en el tiempo… les vamos a inducir de forma neuropsíquica todo lo que deben saber el uno sobre el otro. Tendrán la impresión de que se conocen de toda la vida, hasta los más pequeños detalles. Esas seis horas, sin duda, serán una experiencia que no olvidarán jamás. Es todo lo que puede ofrecernos la medicina de hoy en día, seis horas. Es su decisión y no hace falta tomarla en este mismo momento. Esperamos su regreso cuando se haya decidido.
A Sophie le hicieron falta unos cuantos minutos para recuperar el habla. En su mente se desplegaban con una velocidad increíble escenarios y escenarios, cientos, quizá miles de escenarios. Las imágenes eran borrosas, en movimiento, corriendo, como las de una cámara fotográfica desenfocada. Necesitaba pensárselo.
Justo después de siete días, Sophie estaba en la sala de simulación holográfica, lista para una experiencia que le había costado sus ahorros de dos años. Habían sido los ahorros para su crucero venusiano, eso significaba una enorme cantidad de dinero, pero se permitió elegir uno de los escenarios más selectos: un paseo por las tierras de un magnífico castillo cercano a un cristalino lago, hermanado a un bosque de pinos altos y majestuosos.
Los caballos que pidió golpeaban con los cascos el pavimento del patio del castillo, y el grupo de Sophie iba, siguiendo la línea del lago, hacia el pinar. Las sensaciones y las imágenes ampliadas de unos cuantos minúsculos electrodos, ubicados sobre sus huesos temporales, parecían tan reales que Sophie se acomodó rápidamente al hilo de lo que estaba transcurriendo. El mayordomo que la había ayudado a colocar su equipaje era muy amable y le dispensó toda la atención merecida por una condesa. El líder del grupo de jinetes, era uno de los mejores jugadores de Polo del lugar y tenía un traje tan digno que parecía sacado de los áticos de la escritura de Homero, yendo hacia el asalto de los muros troyanos. Al salir del camino de piedra, se cruzaron con un grupo de cazadores que presumían de haber abatido los mejores jabalíes de todo el dominio del castillo. Algunas de las damas que acompañaban a Sophie cedieron a las insistencias de estos, dejando de lado los paseos a caballo para volver a la preparación del banquete en su honor.
Sophie se quedó firme en su montura, lista para explorar los misterios del bosque. De los densos arbustos, al sonido del trote de los caballos, saltaron faisanes de colores, vagando por todas partes, mientras el bosque reproducía sus sonidos, sonoro eco de armoniosas voces. El sol del mediodía empezaba a bajar de lo alto del cielo y tiraba, como flechas, sombras cada vez más largas. Se hizo una parada en el primer claro del bosque para que los caballos pudiesen saciar su sed y donde otro grupo se preparaba para la vuelta, no antes de precisar las mejores rutas a seguir, en función de la dificultad deseada. Los grupos se dividieron, pero Sophie se quedó con su grupo inicial, al cual se añadieron unos cuantos miembros más, caballeros y damas que deseaban reanudar su paseo. De estos, el interés de Sophie se dirigió hacia una joven criatura, no era humano, pero sí llevaba su ropa: una chaqueta de piel de pantera, pantalones corrientes de montar y botas negras por debajo de la rodilla. Tenía rasgos físicos comunes a los humanos, pero también orejas puntiagudas y cuernos en la cabeza, sus miembros eran peludos y sus ojos como dos olivas negrecidas por el sol. Este agachó ligeramente la cabeza para saludarla y le sonrió con amabilidad. Se acercaba para colocarle el chaleco de protección para no dañarse la espalda. Al verlo, la inundó una ola de calor, y su corazón comenzó a saltar como si fuese un momento de máximo peligro, cuando la adrenalina altera todos tus sentidos, sin embargo, ella se lo esperaba.
Se presentó como Sileno, sátiro y semidios, hijo de Pan y Gea, hijo al que habían castigado a vivir en tierras humanas, arrastrando la desilusión de no encontrar el amor, un ánima sola que buscaba su paz interior en el cariño de los humanos, en un alma gemela.
Y bastó una simple mirada para volverse inseparables hasta regresar al castillo. Compartieron impresiones sobre el paseo, sobre la belleza de las tierras del castillo, sobre el baile del sol entre las hojas de los árboles, sobre su pasión común por la equitación. Al volver a entrar por el portón ruidoso del castillo, ya no eran dos extraños, sino dos almas que vibraban al unísono en una envidiable melodía de amor, aparentemente imposible.
Al ayudarla a bajar del caballo, Sophie encontró en sus brazos el abrazo de un universo entero. Cada célula de su cuerpo le decía que estaba encontrando lo que buscaba, que delante de ella, la suerte le trajo al único ser capaz de hacerla razonar y sentir de una forma completa. En realidad, en la sala de simulación había solo el reflejo de un sueño, pero su foro interior le decía que vivía la realización de lo que pensaba y deseaba. Era, de momento, solo una cita virtual, pero su debilitado, frágil y desgastado ser encontró, en el retorcido juego del destino, lo que llevaba buscando toda su vida: su alma gemela.
Al salir la pálida luz de la luna, los personajes de su alrededor se iban alejando cada vez más, hasta desaparecer de la vista de la joven mujer, Sileno también desapareció en la penumbra que arañaba el aire, y al apagarse la escena del simulador, Sophie cayó de rodillas, mirando al vacío y llorando en voz baja. Eran, sin embargo, lágrimas de felicidad.
Mientras volvía a la oficina de Gerard, Sophie aún estaba temblando bajo el imperio de lo vivido.
- ¿Podría decirme quién es, por favor? ¿Y dónde, o cuándo vivió? - preguntó ella, ya aliviada - quiero conocerlo, si es posible.
- Pero lo conoce ya -replicó Gerard- Sileno es su verdadero nombre. Y ha vivido hace… 53 años, en Grecia. Su seguimiento neuronal nos muestra que él también ansía resucitar. Queda establecer la fecha cuando quiere que se formalice la cita.
Sophie calculó bien su tiempo, recibió incluso la confirmación médica de que todo estaba bien, y el día establecido, se plantó en la sede de la empresa DESTINO, feliz de haber dado ese paso. “Más que el destino - pensaba ella - es un verdadero milagro”. Tres días antes del encuentro, había hecho también el tratamiento mnemotécnico. No se habían visto nunca en persona, mas parecía que se conocían de una vida entera. Conocía sus preferencias, desde las culinarias hasta musicales o artísticas, conocía sus miedos e inquietudes, sus deseos, sabía sobre el desengaño con las ninfas y sus tres hijos perdidos, Marón, Leneo y Astreo, todo lo que provocó la ruptura con el mundo supralunar y las razones de su destierro; como preferió congelar su cuerpo para pasar seis horas con la persona que amara, encontrar su alma gemela en el futuro. Y lo encontró: después de 74 largos años de espera más los aproximados 5000 anteriores, y con certeza, él también conocía todo el pasado de Sophie.
En la elegante sala de reunión, el primero en entrar fue Gerard:
- Señorita Sophie, tras entrar Sileno por esa puerta, durante las seis horas siguientes, una limusina estará a su disposición para desplazarles a cualquier destino dentro del perímetro de la ciudad. Me alegro enormemente por usted y sé que está impaciente, por tanto, con su permiso, me retiro. Le ruego, sin embargo, que tenga un gramo terrestre de paciencia.
Habían pasado solo unos pocos minutos, pero a Sophie le parecieron horas; la puerta se volvió a abrir, y cuando Sileno pisó el peldaño de la puerta, Sophie se acercó hacia él y se lanzó en sus brazos. Desde entonces, el tiempo empezó a correr a cien por hora, se escurría como los granos finos de arena entre los dedos de un puño apretado que intentaba retenerlo con toda su fuerza. Se metieron en el coche y se fueron inmediatamente. Visitaron jardines y parques, subieron en el turno pegado al satélite artificial que había encima de la ciudad y bajaron a las catacumbas de Titulcia; con grandes dificultades se separaban de su abrazo, manteniendo lo más cerca posible la encarnación de su propio sueño. Decidieron comer juntos en la terraza de la última planta del hotel más original y extravagante de la ciudad, saborearon un delicioso pato asado y un vino neozelandés de más de un decenio.
El tiempo volaba y los cuentos no encontraban un final. Él tomó el café de sus labios y ella robaba las uvas, con una sonrisa pícara, de entre sus dientes. El silencio rompió con sus palabras, pero sus miradas aún estaban en un continuo duelo, bailando un tango conmovedor, ahí, en la azotea del mundo.
Al retirarse a la habitación del hotel, aún les quedaba una hora y catorce minutos.
- Te estuve esperando 5 milenios y supe que te encontraría algún día - le susurró Sileno al oido, mientras jugaba entre sus labios con un bucle de su pelo dorado.
- Al principio no les creía, pero luego me dije a mí misma: “quizá él esté esperando detrás de este increíble regalo, mereciéndose cualquier riesgo y cualquier sacrificio.” - le respondió ella tanto en palabras como en hechos.
- No te encontré en el pasado, tampoco en mi presente, pero les dije: “Heladme, cubridme en la oscura noche y envolvedme como humareda del infierno; que mi agudo puñal oculte la herida que abrirá y que el cielo, espiándome a través de las tinieblas, no diga «basta»; y si el experimento falla, cortadme en mil trocitos y servidme como hielo en un coctél, para derretirme en sus labios.”
- Sileno, ¿y si todo es un sueño?
- ¡Derramaría la sangre de mil soldados para estar una hora más a tu lado!
Sus abrazos eran el símil de las guerras interplanetarias. Cuando sus uñas arañaban en la carne, se hacían oír los chillidos de los delfines en el fondo de los océanos. El sonido del aire que salía por sus fosas nasales parecía el de unos guepardos listos para atacar, sus elásticos cuerpos esperando a la siguiente víctima. La luna miraba de reojo entre las cortinas y las sombras de la noche se deslizaban entre sus sábanas. Saborearon sus lágrimas el uno al otro como si fuese el más dulce nétar.
- ¿Y por qué solo seis horas? ¿Por qué tan poco tiempo?
- Porque es el límite de mi cuerpo después del deshielo. Piénsalo bien, es mejor que no habernos conocido nunca.
- ¿Y qué pasará después contigo? ¿Qué pasará después? - le gritó Sophie en un momento de máxima desesperación - ¡Eso no me lo dijieron!
- Esa es mi obligación, yo te lo tenía que decir.
- ¡Entonces, dímelo!
- Sophie, el proceso de criogenización no se puede efectuar sobre un organismo vivo más de una vez.
- No lo entiendo…
- El que salió del estado de criogenización no puede sobrevivir más de seis horas.
- Sigo sin entenderlo - dijo ella, pero de hecho no quería entenderlo.
- Sophie, me quedan 23 minutos y moriré.
- ¡Nooooooooooooooo! - salió de su boca un grito que rompió la monotonía de la noche.
- Elegí pasar por esto hace 53 años. Elegí morir a las seis horas de conocerte.
Sileno no sabía si Sophie seguía oyéndole, pues estaba derrumbada en la cama y solo el movimiento rítmico de sus hombros daba fe de que aún respiraba. Él se tumbó a su lado, apoyó su rostro al lado del suyo y le susurró:
- Durante 53 años viví una utopía. Subí montañas y atravesé desiertos, luché con los pumas. Visité palacios y ruinas con puertas desvencijadas. ¿Sabes? Dos veces me sumergí junto al Titanic. Utopías, Sophie, ¡utopías! Pero al verte con el caballo en los jardines del palacio sabía que se acabarían. Para estas seis horas contigo, habría sido capaz de morir 53 veces, no una.
- No, no, no es justo. Tenían que habérmelo dicho. ¡Es absurdo! - en medio de la cama ya no estaba Sophie, sino un pajarillo herido que luchaba con sus últimas fuerzas por la supervivencia.
- No habrías venido, Sophie, ¡no me habrías liberado nunca! ¡No nos habríamos conocido nunca, Sophie! Pero sabes que el amor es más fuerte que la mismísima muerte. Sabes que te amo y siempre te amaré.
El fin de la sexta hora los encontró abrazados desesperadamente uno al otro; ni siquiera vieron a los que entraron en la habitación para llevárselo.
Días y días pasaron, semanas sin rumbo, pero su alma seguía siendo la arena de una lucha interminable de miles de sentimientos contrarios. Penetrar con la mente en los intrincados momentos vividos ya no significaba nada más que un agotamiento psíquico imposible de desterrar. La realización de lo que siempre había soñado fue eclipsada por el remordimiento de haber desencadenado algo irreparable, pero por otro lado, la tristeza desgarradora que la cubría a veces desaparecía con el inmerecido regalo que había recibido, un regalo del que estaba cada vez más segura, un regalo al que bendecía con voz apagada cada noche antes de irse a dormir, un regalo que sentía crecer cada vez más en su vientre, dando lugar, en un futuro muy cercano, al reencuentro entre humanos y bestias.

jueves, 3 de octubre de 2013

Réquiem por Beatrice

La oscuridad era eterna y total,
La luna oculta entre nubes estaba,
Y del cementerio se recortaba
La vieja y rasgada tapia de cal.

Entre los árboles un vendaval
Agitando y moviendo hojas soplaba
Y, mientras, en la noche se ocultaba
Una presencia blanca y fantasmal.

El aullido de los perros, salvaje,
Nervioso, asustado, cada vez más,
A la noche lanzaban su mensaje:

"No deberías estar aquí, estás
En lugar de descanso." Su coraje
Sirvió, y entró sin volver la vista atrás.

El crujir de las ramas, incansable,
A sus pasos quedos acompañó.
Como una sombra se deslizó
Entre tumbas con paso inestable.

Perderse a oscuras era algo probable,
Mas al final con una cruz chocó
Y frente a su tumba se arrodilló.
Ante sus ojos, de nuevo, su tez agradable.

Destierra con su vista la fosa,
Aplastada por polvo, tierra y cruces,
Y la recordó, con su aroma a rosa.

Y con la luna entre el bosque de cruces
Recuerda con cariño, ve su losa,
Y llorando cae al suelo de bruces.

"¡Oh dulce flor de verano, amada!
¡Flor de labios carnosos y rosados,
De porte gentil y ojos almendrados!
¡Oh, mi diosa, inalcanzable y adorada!

¡Oh mi amada, por la muerte tomada!
Belleza y juventud fueron robados,
Mas por mí jamás se darán al olvido,
Dulce musa, bella y deseada.

Y tu nombre a la noche gritaré..."
-susurraba en el culmen del amor-
"... y tu memoria siempre lloraré."

De allí se marchó, llorando a su gran amor.
"Cada noche, querida, volveré."
Dijo arrastrando su desolación.

~

Noche, luna pálida y vigilante;
Los penitentes, que difuntos eran,
En la total oscuridad esperan.
Y entre polvo y memoria, Dante, expectante.

El viento le hostiga a irse, amenazante,
Fantasmas y espíritus desesperan;
Las rejas chirrían, tiemblan, esperan.
Y él marcha con la imagen de su amante.

Con sus ojos claros, bellos, hermosos.
Con su sonrisa alegre, primavera.
Con su figura y cabellos sedosos.

La Eva de su vida, mujer primera,
Fuente de pensamientos más hermosos.
Viva en la muerte, ella, imperecedera.



La Bête humaine

Tras los muros de mi cruel perdición,
Hallé, ennegrecida, cada gota carmesí,
Púrpuras las huellas dejadas con razón,
Deslucidos los desgarros, viles, tras de mí.

Imprudente descendí de la bestia al hogar.
Por azar o por fortuna acudí a su encuentro,
Donde las llamas danzan osando desafiar
de Dios, oculto tras arcángeles, el rostro.

Donde la señal de la cruz es vano refugio,
Para necios soñadores cazadores de quimeras.
Donde los muertos olvidados elevan su efugio,
Invocando del demonio las palabras verdaderas.

Allí vio mi vida, desgraciada, su final alcanzar,
Para encontrar, blasfemos, los besos profanados.
Cuando al correr la sangre de mi a escapar,
Renací, negro ángel, de los versos embrujados.


Fée verte

He vuelto a volcar el vaso sobre los escritos, con esta van tres veces ya. Me tiembla el pulso y apenas puedo escribir sobre el papel; está muy húmedo, rezuma alcohol por cada poro. Este olor a absenta no se irá fácilmente y presiento que estoy malgastando la tinta, la tinta... y mi dinero. Este es ya el último pago que malgasto persiguiendo al dragón, creo que ya acabó eso de comprar atisbos de genialidad con el dinero de mis encargos y más aun cuando ni siquiera puedo pasar de esta condenada línea.
Frente a sí se encontraba un descolorido folio de papel color café, con una oscurecida mancha provocada por la infame hada verde, sobre el que se dibujaban unos simples versos:

"Si tan solo pudiera de este tormento despertar,
Rasgar la realidad de mi demonio interno,
Sangrar gota de mi placer eterno,
Y desplegando mis alas desde la oscuridad volar."

Escapar, huir, volar de aquel lugar era lo único que se me pasaba por la mente, pero ¿por qué? ¿Huir de dónde? ¿De esa vida de mal vivir y negocios clandestinos con traficantes de versos rotos, de ese escritorio empapado como si de un acertijo propiciado por los vapores de oriente se tratase? ¿Qué maldita cosa debía hacer?

Un duro golpe de mi puño retumba en toda la estancia, un pequeño cuarto apenas iluminado por una tenue vela sobre el escritorio que trazaba las distorsionadas y esperpénticas sombras chinescas de la frustración de un escrito sobre una hoja de papel.

Derrotada por la falta de inspiración, cuántas veces habría parecido la humillación de la derrota ante tan monstruoso enemigo, cuántas veces habían sufrido sus sueños al ser sacrificados.

Un momento, ¿sueños? Eso es, lo tengo, lo descubrí, tengo la esencia, voy a escapar de este lugar, o de este estado, no sé muy bien como llamarlo, pero voy a largarme de esta espantosa y diabólica oscuridad.

Un papel marcado con unos versos, introducido en una malgastada botella del hada verde, un poco de fuego, la chispa que puede proporcionar una tenue vela en un oscuro cuarto... et voilà!

Una gran llamarada de refulgentes llamas verdosas que se alza inundando todo el escritorio, envuelto en sudor. Un trago de absenta me aclaró las ideas, unos trazos de tinta me dieron el sustento, luego mi mano simplemente se limitó a plasmar la inspiración.

sábado, 11 de junio de 2011

La Amistad

La Amistad es el mejor sentimiento que una persona puede tener.
Es aquello que vive en el último rincón del planeta esperando la valoración de alguien. Miles de personas recorren esa esquina cada día y nadie se detiene, nadie fija su mirada en tan insignificante ser. Porque en este mundo en el que nos regimos por el deseo de tener, dar
... no es importante, y nadie quiere ser amigo.
Pero yo recuerdo el día en que le di una oportunidad. Le ofrecí mi mano y como no quiso levantarse, supongo que de pasar tanto tiempo allí ya se había acostumbrado, pues me senté con ella. Y empezamos a charlar. Poco a poco mi confianza era nuestra, y no quedaban secretos entre nosotras. Ni faltaban palabras de apoyo.
Y seguía pasando la gente. Iban todos tan entretenidos que apenas escuchaban el sonido de nuestras voces. Podía verse como sus pies se movían sin ritmo ninguno, sin destino, hacia el horizonte, por el simple hecho de llegar hasta el final. Sin compañía, sin nada que ofrecer a otros.
Nosotras seguíamos conversando, ausentes a la realidad. Me contaba que es conocida de oídas en casi todo el mundo. Que suele aparecer en sueños de la gente, que a veces pasea por sus mentes, que se la cita en algún que otro escrito, pero que no ha sido aún parte de ningún corazón, que no ha llevado siquiera un latido su nombre.
Me decía que cuando la empiezan a conocer y ya casi saben su nombre, se interesan por su hermano, el Amor. Ambos tienen la misma raíz, sus padres, A y M, pero su hermano suele caer mejor. Además su nombre es más corto, y su estancia en los corazones también, por lo cual tiene más tiempo para conocer gente y es más fácil conocerlo a él. Ella, según dice, si se entrega se entrega para toda la vida, y nunca ha encontrado a nadie que busque este destino. Me empieza después a hablar sobre su hermano, el bala perdida. Se ríe cuando recuerda algunos momentos que él le ha contado, pues dice que a veces, cuando está en la cama con alguien suelen confundirlo al pedirle cosas indecentes, lo llaman Sexo. Y que cuando intenta ser más solidario y compartirse, siempre acaba mal. Ella cree que realmente casi siempre lo confunden con Sexo, solo que él no quiere ser consciente para no hacerse más daño. Y que aunque él lo niegue, lo que quiere no es compartirse, sino tenerlo todo para él.
De fondo sigue habiendo pasos y ella continúa hablándome con su melodiosa voz. Continúa contándome cosas de su hermano, con el que he coincidido varias veces en la vida, y al que actualmente conozco bastante bien. Es cierto lo que dice ella, está un poco loco y a veces no sabe lo que quiere, pero la indecisión y la locura son ambos dos ingredientes más de esta vida y además la hacen entretenida.
La verdad es que me habló mucho más sobre sí esta gran desconocida, pero solo os la he podido presentar superficialmente ya que prometí no contar a nadie sus secretos. Creo que sigue esperando en aquel rincón donde la dejé. He quedado en visitarla de vez en cuando para que no se olvide de mí, así si quieres en la próxima visita puedes acompañarme, o si no quieres esperar, puedes ir hoy mismo a conocerla, tampoco está tan lejos.

lunes, 6 de junio de 2011

El regalo

La vida es un regalo. Es el mayor regalo que nadie jamás ha abierto. Es un beso, una caricia, un susurro placentero, es un abrazo aún sin entregar. Es una palabra de apoyo en el momento adecuado, las ganas de seguir cuando estás al final de la carrera, el gusto por saltar ante el abismo. La vida está en la sonrisa de un niño, en la mirada de una niña, en una bella poesía, en cada uno de los paisajes que encierran nuestros ojos.
Y es relativa, puede verse en el mayor paraíso que puedas pensar, pero puede encontrarse también en la estrella más pequeña, aquella diminuta casi imperceptible.
La vida es un regalo. Es el mayor regalo que nadie jamás ha abierto. Es realmente una caja de regalos de esas con otras cajas más pequeñas en su interior. Y más y más, al estilo muñeca rusa. Imagina, sueña.
Abres la primera caja y ves la bola del mundo. Una bola uniforme, sin manchas, igual en todos sus lados. Sin diferencias entre África y Estados Unidos. Con igualdad entre sus habitantes. Una bola grande, bella, con maravillosa vida en su interior.
Decides abrir la siguiente caja y ves que hay miles de personas. Algunas te suenan y a otras te encantaría conocerlas. Representa tu país. Todos dialogan, algunos se dan muestras de cariño, y encima de una tarima, otros guían hacia un acuerdo que nos hace avanzar. Es la vida.
Pero no te quedas ahí, y vuelves a buscar la siguiente caja y la próxima, y algunas más. Llegas a una caja algo más pequeña, y en ella te espera tu familia, tus amigos, tus mascotas si es que tienes, tu pareja o alguna persona especial. Todos vuelven a decirte lo mucho que te quieren, y a recordarte cada uno de los momentos que pasasteis juntos. Sonriendo les dice que la vida es larga, y que queda mucho que pasar a su lado.
Vuelves a la aventura, sigues abriendo cajas. Y llegas a la última. Un espejo. Un espejo algo deteriorado pero con una apreciada belleza, de esas de cuento: tu reflejo. Ves que la última caja que te esperaba, la más pequeña, era precisamente este instante. Era el punto y final de este escrito. El comienzo de otro: tu vida, el más bonito relato y tú con suerte como protagonista.

domingo, 29 de mayo de 2011

Una educación utópica















¿Por qué enseñamos la técnica y no la vida?
¿Por qué olvidamos sentir al escolarizarnos?
¿Por qué estudiamos matemáticas y no poesía?
¿Por qué memorizar los datos y no criticarlos?

¿Por qué contenidos y objetivos, por qué no sentimientos?
¿Por qué ante la duda respuestas y no experiencia?
¿Por qué desnudar al corazón y vestirlo de conocimientos?
¿Por qué no sustituimos por juego letras y ciencias?

¿Por qué llenar la mochila del estudiante con viejos refranes?
¿Por qué no que desarrolle su imaginación, que cambie el mundo?
¿Por qué enseñar el verbo ayudar y no la acción si es más rentable?
¿Por qué no evitarle perder el lugar que ocupa el saber absurdo?

¿Por qué empeñarse en que sea buen alumno y no buena persona?
¿Por qué llamarlo carrera universitaria si debiera ser un bello paseo?
¿Por qué no luchar porque siga la magia, porque aún brille la aurora?
¿Por qué no soñar y buscar nuestra propia utopía, futuros maestros?

Dedicada a Angélica Morales, junto a dos besos por mejilla. Gracias por ser una gran maestra literaria.